Hace algunas semanas, la Dirección Meteorológica de Chile liberó su boletín con el pronóstico estacional para el trimestre Diciembre-Febrero que, como era de esperar, proyectó temperaturas sobre la media para este ciclo. Ejemplo de ello es lo que ocurrió en Navidad, fecha en que el termómetro marcó 36° en Los Andes y 35,9° en la comuna de Providencia. Enero no se ve distinto, el reporte proyecta temperaturas máximas sobre lo normal (+28ºC) en la zona central y norte del país, descendiendo recién a la altura de Osorno, lo que avizora un verano con varios episodios de olas de calor.
¿Qué es una ola de calor?
No existe un consenso absoluto en la definición de una ola de calor, según la Organización Mundial de la Salud (OMS) y Organización Meteorológica Mundial (OMM), se entiende como un periodo inusualmente caliente, seco o húmedo, de día o de noche, que se inicia y termina de forma abrupta, con una duración de por lo menos dos a tres días, con un impacto discernible en los seres humanos y los sistemas naturales.
Diversos reportes alertan sobre la frecuencia con la que enfrentaremos este tipo de eventos. Sin ir más lejos, durante 2023, tal como lo señaló la Organización Meteorológica Mundial (OMM) en conjunto con el Servicio de Cambio Climático Copernicus de la Unión Europea, el pasado mes de julio ha sido el más caluroso jamás registrado, con temperaturas de casi 67º en Irán y hasta 80ºC en el desierto de México.
Y todo hace pensar que el verano traerá fenómenos similares al hemisferio sur. Al reporte de la Dirección Meteorológica de Chile se suma el estudio realizado por el académico del Centro de Investigación y Transferencia en Riego y Agroclimatología (CITRA) de la Universidad de Talca, Patricio González, que prevé que este verano será uno de los más cálidos de la historia, en las ciudades del centro sur estudiadas en este informe: Santiago, Talca, Chillán y Los Ángeles, donde se esperarían olas de calor con 35°C de temperatura promedio y registrando peaks históricos de hasta 43°C.
Las causas tras el fenómeno
Si bien las causas del surgimiento de olas de calor son varias, el componente humano representa una contribución importante a su ocurrencia.
Estefanía González, subdirectora de Campañas de Greenpeace, asegura que existen condiciones globales como el Cambio Climático que influencian las modificaciones a largo plazo en los patrones climáticos mundiales: “En específico, esto se observa por ejemplo en la ocurrencia de fenómenos meteorológicos extremos como las sequías, inundaciones, aumento del nivel del mar y olas de calor, entre otros”, explica.
Según la vocera de Greenpeace, el aumento de la temperatura media es consecuencia directa de la acción antrópica debido al uso indiscriminado de combustibles fósiles, los que liberan gases contaminantes como el dióxido de carbono y el metano. Estos a su vez crean el efecto invernadero, una especie de manto que cubre al planeta que captura el calor del sol y eleva la temperatura en la tierra.
Otras acciones humanas, como la deforestación, la agricultura intensiva y los cambios en el uso del suelo son agravantes de esta situación, pues la pérdida de bosques y degradación de los suelos se traduce en la eliminación de la vegetación que cumple funciones de regulación climática, que protege a los seres vivos de las altas temperatura.
En esta misma línea, otro protagonista de las olas de calor es El Niño Oscilación del Sur (ENOS), un fenómeno climático que incide directamente en el Océano Pacífico y está compuesto por dos fases; la Niña y el Niño. “Actualmente, nos encontramos viviendo las consecuencias de la Fase El Niño, el cual se caracteriza por un anormal calentamiento de la superficie de las aguas del Océano Pacífico, lo que impacta provocando más lluvias intensas y temperaturas más altas de las normales, desencadenando incendios forestales y afección a la biodiversidad”, indica González.
Consecuencias de este fenómeno y cómo hacerle frente
Si bien las consecuencias del calor extremo son numerosas, por lo general se clasifican en dos tipos: aquellas que afectan a las personas y las que tienen repercusiones en el medio ambiente.
En relación a la primera categoría, destacan las amenazas a la salud y el bienestar de las personas, tales como: dolores de cabeza, hinchazón de manos y pies, sudoración excesiva, deshidratación e, incluso, la muerte.
Según la OMS, el estrés térmico -cuando el cuerpo no puede refrigerarse- puede desencadenar agotamiento o insolación y agravar afecciones como enfermedades cardiovasculares, respiratorias y renales, así como problemas de salud mental, siendo las personas mayores, los lactantes, quienes trabajan al aire libre y los enfermos crónicos los más vulnerables a estas afecciones.
“En el caso de Chile, también son vulnerables las personas con menos recursos o que no puedan tomar medidas para mitigar los efectos del calor, como acceder a áreas verdes o a infraestructuras que les permita resguardarse en las horas de más altas temperaturas”, manifiesta la vocera de Greenpeace.
Respecto de los efectos en el medio ambiente, se observa que las olas de calor, sumadas a condiciones de poca humedad y fuertes vientos, propician la expansión de los incendios forestales, cuya ocurrencia se ha incrementado dramáticamente durante la última década.
“Históricamente, las zonas más afectadas están entre las regiones de Valparaíso y La Araucanía, consumiendo miles de hectáreas de vegetación, provocando la muerte de animales o su ahuyentamiento debido a la pérdida de sus hábitats, además de las consecuencias a nivel humano, donde se han tenido que producir evacuaciones, pérdida de enseres y hogares, afección a la salud e incluso la muerte de personas, como consecuencia de estos siniestros”, expresa Estefanía González.
Frente a estos escenarios, la protección de la naturaleza es clave. Sin ir más lejos, Chile cuenta con ecosistemas que ayudan a ser más resilientes ante los impactos de las olas de calor y a muchos de los eventos climáticos extremos, por lo que deben protegerse.
“Los bosques nativos, los océanos y los humedales, entre otros, son grandes reguladores del clima y nos permiten hacer frente a las altas temperaturas. Es vital que, frente a la ocurrencia cada vez más agresiva y recurrente de este tipo de eventos climáticos, seamos capaces de proteger estos ecosistemas de forma decidida y con sentido de urgencia”, concluye González.
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