El retorno a clases presenciales, tras 2 años de virtualidad, ha generado una serie de trastornos en estudiantes y docentes, tanto a nivel de aprendizaje y, preocupantemente, en la capacidad de regularse emocionalmente. Sin dudas, el largo periodo de aula virtual provocó un retroceso en las capacidades de socializar y la vuelta al salón de clases deja de manifiesto la presencia de la agresividad, falta de atención en clases y ansiedad producto del estrés frente a la incertidumbre.
Según el Ministerio de Educación en sus Orientaciones para el Reencuentro Educativo, “El espacio educativo presencial es el que ofrece las mejores condiciones para el aprendizaje y el bienestar integral de niños, niñas y adolescentes” (Marzo, 2022).
Pero la solución que se suscita frente a esta nueva realidad educacional no es tan simple. Tanto docentes, como directivos y asistentes de la educación, también forman parte del problema. La falta de reconocimiento y desarrollo de sus propias competencias socioemocionales, necesarias para gestionar a los alumnos en el proceso de adaptación y adecuación a esta nueva realidad presencial, y la necesidad pedagógica de recuperar la enseñanza focalizándose en lo teórico educativo, no siempre deja el espacio necesario a la Educación Emocional.
Así, se dejan de lado aspectos claves a considerar en esta nueva etapa de formación, como lo son la escucha activa y empática para afrontar las consecuencias tras el aislamiento social, generando -en ocasiones- emociones obstaculizadoras del bienestar emocional, por la falta de crecimiento social propio de la interacción con sus pares. Lamentablemente, esto ha derivado en actos violentos, incluso hacia los mismos profesores.
Como Fundación Cumbayá, creemos que urge la presencia de espacios y ambientes que generen bienestar emocional; que estén en contacto con la naturaleza y donde los alumnos puedan expresar sus sentimientos, pues la ausencia de estos espacios propicia, precisamente, la creación de ambientes hostiles.
Rafael Bisquerra, una eminencia española en el área de la Educación Emocional, asegura que ésta “propone el desarrollo de competencias emocionales, entendidas como competencias básicas para la vida, con la finalidad de aumentar el bienestar personal y social”.
¿Qué acciones tomar como docentes?
El instalar la Educación emocional como un proceso permanente en la vida de las personas y, en este caso, de estudiantes y docentes, permitirá que contemos con herramientas que permitan prevenir y regularnos emocionalmente.
Para aportar en la salud mental y bienestar emocional en el aula, se pueden implementar diferentes acciones de gestión emocional, como ejercicios de respiración consciente, pausas activas, escribir sobre nuestras emociones, practicar la escucha activa, etc. Por otro lado, cuando los estudiantes tengan reacciones que no sabemos abordarlas, podemos, por ejemplo:
1. Reconocer qué emociones sienten, observando sus reacciones.
2. Identificar qué siento cómo profesor con esa reacción. Esto permitirá ver mi emoción y la del otro.
3. Reconocer mi pensamiento frente a esa reacción.
4. inferir que pueden estar pensando
5. Modificar mi auto diálogo, colocándonos en el lugar de ellos.
6. Pensar si la acción que desarrollaremos ayudará a que los niños, niñas y adolescentes puedan gestionar sus emociones.
7. Si identificamos que determinada acción no aportará, repensemos qué acción permitirá regular sus emociones.
Es así que, desde el punto de vista docente, se pueden generar instancias que permitan la conexión de sus estudiantes con sus emociones, teniendo presente la corporalidad y el lenguaje dentro del aula. Pero, primordialmente, se debe comprender que podremos aportar en el bienestar emocional en la medida que seamos capaces de ser conscientes de las competencias socioemocionales de nosotros como adultos. Es fundamental comprender que éstas se enseñan a través del modelamiento, por lo cual, sencillamente no podemos enseñar aquello de lo que carecemos.
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